Para muchos de nosotros la década del ’80 fue una década de dictaduras: Argentina, Paraguay, Brasil, Uruguay y Chile por nombrar algunos vivimos bajo el alero poco agradable de una tiranía, en su mayoría militar o como les gustaba llamarles Cívico-Militar. Francamente y de manera trasversal los pueblos fueron haciendo eco de esta opresión y se empezaron a levantar, a generar revueltas y lograr de esta manera recuperar una democracia algo débil y bastante imperfecta, pero al menos más civilizada y con reales libertades.
Cuando el viernes 31 de marzo pasado el gobierno de Nicolás Maduro, a través del poder judicial decide cerrar el parlamento y con ello de paso todo atisbo democrático que quedaba, fue como volver a vivir los ’80, faltaban los tanques en las calles para que el espectáculo sea el mismo; con una salvedad que en esta oportunidad la comunidad internacional y en especial varios integrantes de la OEA, se levantaron a exigir la restitución del congreso. Destacable fue la inmediata acción del presidente de Perú, Pedro Pablo kuczynski, quién retiró a su embajador mientras el conflicto se mantenga, Macri también fue más alentador en sus discursos, Chile, aunque más tenue, llamó a su embajador a consulta y Bolivia, como era de esperar, defendió el actuar de Maduro, hasta para suspender la sesión extraordinaria solicitada por la OEA.
De igual manera ahí vino mi primer Dèjá Vu, fue recordar los constantes golpes de estado, auto golpes, golpe blanco, etc., que mantuvieron a Latinoamérica sumida en gobiernos dictatoriales entre los ’70 y ’80.
Pero el último fin de semana de marzo tenía más sorpresas, Paraguay que por años -después de los escándalos de ex obispo y ex presidente Lugo- había estado en calma y permanente crecimiento, decidió modificar su Carta Magna para lograr con ello la reelección del actual presidente Cartes. Una situación a todas luces irregular, en especial porque años atrás esto ya fue desechado en una consulta nacional. Todo termina con una votación entre gallos y medianoche en el que se aprueba la reelección y la gente en represalia sale a manifestarse e intentar quemar el Congreso.
Nuevamente viene a mí recuerdos de las últimas décadas del siglo XX, palacios asaltados en el Perú de Fujimori o al presidente argentino Fernando de la Rúa escapando en helicóptero de la Casa Rosada. El surgimiento de subterfugios legales para la reelección como lo fue con Chávez y replicados por otros países de la región como Bolivia, fueron algunas de las historias de fines del siglo XX y principios del XXI.
Lo recientemente vivido fue como volver en el tiempo, cómo cuando mis alumnos me preguntaban sobre la dictadura de Pinochet en Chile y les decía que afortunadamente eso pasó hace ya más de 30 años; pero como los ciclos económicos se repiten, los políticos parece que también.
Es de esperar, por nuestra región, por nuestros pueblos y sus gentes que esto haya sido sólo un paréntesis dentro del proceso democrático que hemos llevado y que mucho nos costó lograr; por lo mismo, no podemos quedar impávidos ante lo vivido, somos actores en esta historia y la interconexión tecnológica en que estamos, nos obliga a expresarnos. El silencio también es cómplice sea por miedo, indiferencia o ignorancia.
Aprovecho con esto de colgarme de otro tema que se desprende de lo mismo y que espero abordar en otra columna: ¿Por qué indiferencia e ignorancia? Simple, creo yo, porque el 40% de la población mundial (millennials y zillennials) no han sido considerados, involucrados y sensibilizados en nuestros procesos históricos, y esa es una deuda pendiente.
En el Estadio Nacional chileno, aquel que tantas alegrías y tristezas nos ha dado a nuestras selecciones de fútbol, esconde entre sus galerías un campo de concentración con torturas y muertes -recuerdo de los primeros años de la dictadura militar- Por lo mismo el jugador chileno Jean Beausejour cuando ganó la Copa América dijo: “En un lugar donde hubo tristeza y muerte, hoy dimos una alegría a Chile”, apoyando con ello a involucrar a las generaciones jóvenes en nuestros procesos históricos; y por eso el mismo estadio tiene un gran letrero que nos obliga en cada clásico a recordar lo que somos y fuimos: “Un Pueblo sin Memoria es un Pueblo sin Futuro”.